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El Diccionario de la Real Academia de la Lengua

Jesús M. González Barahona

  Publicado originalmente en la revista TodoLinux
Número 23, pág. 12-13, Noviembre de 2002

Habemus nuevo diccionario. O más bien, nuevo Diccionario, dado que no hablamos de uno cualquiera, sino del que elabora la Real Academia de la Lengua Española (RAE), el DRAE. Sin embargo, sólo es nuevo porque incluye nuevos términos y actualizaciones. En lo que toca a su distribución, a su estructura y a su modelo de elaboración sigue siendo el mismo diccionario de los últimos siglos.

Por ejemplo, parece poco razonable que la que debería ser la principal herramienta de trabajo con nuestro idioma se distribuya en unas condiciones que la ponen fuera del alcance de cualquier hablante. Por otro lado, en este momento de la historia, cuando por fin tenemos herramientas que permiten la comunicación fluida entre decenas de miles de personas, el DRAE sigue realizándose mediante un proceso relativamente cerrado, y su producto es una obra estática que no refleja ni siquiera una parte mínima de las posturas con respecto al idioma, ni su constante cambio, ni su enorme diversidad geográfica, ni sus diferentes usos según comunidades (aunque ha hecho grandes esfuerzos en estas direcciones).

¿No habrá llegado ya la hora de que la RAE pruebe nuevas formas de distribuir sus compilaciones? ¿No será el momento de plantearse nuevos desarrollos del concepto de diccionario? ¿No se podrá dar cabida en su elaboración a muchos más especialistas, e incluso a otros hablantes interesados, aunque su especialidad principal no sea el estudio de nuestro idioma?

El nuevo diccionario de la RAE

Hace pocas semanas, con gran fanfarria, se celebró en Valladolid (España) una reunión de eruditos interesados en el idioma español. En ella se presentó el nuevo DRAE, que para muchos representa la norma del idioma, la corrección lingüística por excelencia. No son pocos los que ven en él también la herramienta indispensable para trabajar con el idioma. Debería, por lo tanto, estar al alcance del mayor número posible de hablantes, y en particular de todos aquéllos cuya herramienta de trabajo es precisamente el idioma. Por otro lado, la Real Academia de la Lengua, que es la institución que compila esta obra, parece estar interesada en la promoción y difusión del idioma español, y en ayudar en la medida de sus fuerzas a su uso correcto. La RAE parece también estar al tanto de que corren nuevos tiempos, y que tecnologías como Internet están cambiando las formas tradicionales de difusión del conocimiento.

Sin embargo, el diccionario de la RAE se comercializa en los mismos términos que hace unos cuantos siglos. Si quieres tener acceso a él, tienes que comprarlo en una librería (por un precio no muy asequible para las economías de muchos hablantes), en su versión de papel o, en un alarde de modernidad, en un CD-ROM que no funciona más que en ordenadores equipados con software de determinada marca. O también, colmo de los colmos, puedes realizar consultas por Internet de una forma que parece especialmente diseñada para desincentivar su uso. Y por supuesto, todo él está cuidadosamente protegido de forma que su copia y redistribución está completamente prohibida.

¿Es ésta la mejor forma de promover el uso correcto del español? ¿Es lo más eficiente que se puede lograr (en términos económicos y sociales) para poner esta obra fundamental a disposición de los hablantes?

En cuanto a su factura, el diccionario se sigue elaborando con el mismo proceso que se usaba en el siglo XVIII. Se han incorporado mejoras técnicas que lo aceleran y que mejoran la calidad del resultado, pero sigue siendo en lo fundamental un proceso relativamente cerrado (en él participa una parte ínfima de los estudiosos del idioma, y no digamos de los hablantes) que produce una obra monolítica y estática. La informática ha entrado en la Academia, pero se ha usado sólo para acelerar el proceso de elaboración y para evolucionar del medio papel al medio digital. No se ha aprovechado para pensar de nuevo la forma de elaboración de un diccionario, ni el propio concepto de diccionario en sí. Sencillamente, sin reflexión, se sigue dando por bueno el método y el concepto que se desarrolló hace varios siglos, cuando construir un diccionario era algo novedoso.

¿Realmente no hemos avanzado nada en todo este tiempo? ¿No tenemos nuevas posibilidades para difundir el conocimiento, sino que seguimos relegados a seguir los dictados del pasado?

Naturalmente, estos razonamientos y estas preguntas se pueden aplicar a cualquier diccionario, y a muchas otras obras de difusión del conocimiento. Pero en el caso del DRAE son de especial aplicación. Por un lado, porque a la Academia se le supone más interés en la difusión y promoción del conocimiento relativo a la lengua que en la obtención de beneficios meramente económicos. Por otro, porque debería estar en la vanguardia de la investigación, como lo estuvieron las Academias de la Lengua de muchos idiomas en su momento.

Un nuevo modelo de distribución

Desde que tenemos diccionarios, la razón fundamental de su existencia es su difusión, tan masiva como permita la tecnología de la época. Fue la imprenta la que hizo posible la edición de obras de gran tirada. Al amparo de esta tecnología nacieron las Academias de la Lengua y otros grupos interesados en compilar diccionarios que pudieran servir a la vez como herramienta de difusión del idioma y como ayuda a la comunicación entre los hablantes.

Desde hace al menos dos siglos se ha usado habitualmente un modelo de distribución para los diccionarios que ha sido muy ventajoso para todas las parte implicadas. Los autores del trabajo ceden, total o parcialmente, los derechos de comercialización a una editorial. A cambio de esta cesión, la editorial se encarga de darle la mayor difusión posible, consiguiendo los recursos necesarios de la venta de ejemplares. Éste es, en general, el modelo clásico de difusión de obras escritas.

Sin embargo, también desde hace tiempo, conocemos otros modelos aplicables especialmente cuando la meta del trabajo no es obtener el máximo beneficio posible de la venta de ejemplares, sino difundir algún tipo de conocimiento. Así, por ejemplo, muchas instituciones financian la elaboración de trabajos o recopilaciones que luego son regaladas, o vendidas a bajo precio a las comunidades que pueden estar interesadas en ellas. No sería exagerado pensar que éste podría ser un buen modelo para la difusión de un diccionario. Tampoco que podría haber grupos interesados en fórmulas de patrocinio que permitiesen que el precio de cada ejemplar del DRAE disminuyese, probablemente, hasta llegar a cero.

Afortunadamente vivimos en un mundo que nos permite explorar más posibilidades en esta dirección. Para llegar a ellas, analicemos cuáles son los costes que conlleva el acercar un diccionario a cualquier hablante. Estos son, fundamentalmente, los siguientes: coste de elaboración del propio contenido del diccionario, coste de edición (en papel o en CD-ROM), coste de distribución y coste de publicidad y promoción.

Si nos olvidamos por un momento de los costes de elaboración del contenido (que trataremos más adelante), nos quedan los costes relacionados, directa o indirectamente, con la colocación del diccionario en casa de sus usuarios. Pero afortunadamente las cosas han cambiado mucho en este campo desde los tiempos de Gutemberg. Hoy día somos capaces de colocar un contenido en cualquier parte del mundo, en grandes cantidades, a coste prácticamente cero. Puede hacerse mediante un método bien probado y usado ampliamente en, al menos, una gran comunidad: la del software libre.

Este método consiste en una cuidadosa combinación de licencia de redistribución y tecnología. Por el lado de la tecnología, basta con conseguir una versión electrónica de buena calidad. Y no estoy refiriéndome a un buen programa de consulta del diccionario, que eso vendrá solo, sino de una buena estructuración de la información que lo compone. Lenguajes de descripción de contenidos, como los basados en SGML y XML, serían de gran ayuda. Por el lado de la licencia, habría que diseñar una que permita copiar y redistribuir el diccionario fácilmente (al estilo del software libre), asegurando su integridad cuando sea preciso, y permitiendo mejoras.

Si se atacan adecuadamente estos dos frentes, acabaremos con un diccionario en un formato para el que es fácil construir herramientas de consulta (que podrían realizar terceras partes, ahorrando de esa forma el coste de desarrollo), y que tiene un canal de distribución asegurado con coste cero (todas aquellas empresas interesadas en distribuir copias del diccionario a bajo precio). La Academia se podría dedicar a su verdadero trabajo, a lo que mejor sabe hacer: compilar el diccionario. Y el resto, la comercialización, quedaría en manos de la sociedad y las empresas, que en estas condiciones lo harían con entusiasmo.

Un nuevo modelo de desarrollo

Actualmente la elaboración del DRAE se basa en el trabajo de un número relativamente reducido de expertos, trabajando intensamente en los nuevos términos, y en las actualizaciones de los demás. Con este trabajo se compone, cada tantos años, una nueva edición.

Si buscásemos una analogía con el desarrollo de software, este sería un modelo tradicional de software propietario, el que Eric Raymond denomina desarrollo estilo catedral. El nombre es ilustrativo de su funcionamiento: el software (o en nuestro caso, el diccionario), se construye como se construían las catedrales. Un grupo reducido de gente (a veces una sola persona) es responsable del diseño completo de la obra, y dirige a otros grupos que se dedican a partes específicas del desarrollo. A su vez, esos grupos pueden diseñar los detalles de las partes a su cargo, y cuentan con equipos que trabajarán en la construcción de esos detalles. El resultado es un modelo jerárquico, muy probado y conocido, y especialmente útil cuando hay que organizar un grupo relativamente pequeño de gente, bien especializada en sus respectivos campos y bien disciplinada a la hora de trabajar. Podríamos decir, más formalmente, que se usa una planificación centralizada.

Pero hace tiempo que sabemos que hay otros modelos de desarrollo posibles. Por ejemplo, el mismo Eric Raymond identifica el modelo de bazar. De nuevo, el nombre es ilustrativo: el desarrollo sigue principios similares a los que rigen el funcionamiento de un bazar, un mercadillo o, en general, un mercado libre. No hay ninguna autoridad central que especifique qué productos, ni en qué cantidad, han de venderse en el bazar. Sin embargo, los compradores acuden a él porque encuentran lo que buscan, y los vendedores pueden mantener sus negocios porque tienen clientes dispuestos a adquirir sus productos. Cada comprador compra según sus preferencias, y cada vendedor decide por su cuenta qué productos ofrece, y a qué precios. Naturalmente, cada actor no puede hacer exactamente lo que quiere, sino que todos están sometidos a las reglas de funcionamiento del bazar (básicamente, las leyes de oferta y demanda). La planificación del sistema es completamente distribuida.

Por supuesto, es necesario estudiar con detalle cómo se puede estructurar el esfuerzo de creación o actualización de un diccionario con un modelo estilo bazar. Fueron necesarios varios años para descubrir y depurar las formas de gestionar proyectos libres que se usan hoy día, y sólo después de mucho ensayo y error se empiezan a vislumbrar las reglas que maximizan las probabilidades de éxito. En el caso de los diccionarios, ese proceso prácticamente no ha comenzado aún. Pero hay algunas ideas que podrían experimentarse. Por ejemplo, pueden usarse foros y sistemas similares a los de control de errores en programas para conseguir la colaboración coordinada de un gran número de expertos. Pueden usarse técnicas clásicas de división en subproyectos para conseguir actualización en léxicos particulares para diversas comunidades. Las técnicas de certificación y cadenas de confianza pueden servir para dar más valor a las mejores contribuciones. Las tecnologías de la información en general pueden ser útiles para facilitar la recepción de colaboraciones y la revisión sistemática de todos los trabajos. Y, por supuesto, todo el proceso de elaboración puede ser cuidadosamente informatizado. De hecho, la construcción de las herramientas necesarias para hacer posibles estas ideas podrían ser en sí mismas un buen proyecto de software libre.

El software libre ha demostrado ya que los modelos estilo bazar pueden funcionar para producir software, si se dan las condiciones adecuadas. ¿Por qué no podemos experimentar con este tipo de modelos para producir un diccionario de calidad? Desde luego, producir un buen diccionario es una tarea enormemente compleja y especializada. Pero también lo es producir un sistema operativo completo. Antes de que se produjese el primer diccionario, cualquiera habría dicho que la tarea era inabordable. Sólo su finalización demostró, por el contrario, que era un trabajo abordable con unos recursos limitados. Igualmente, sólo el ponerse manos a la obra asegurará, quizás algún día, que se pueden construir diccionarios con un modelo estilo bazar. ¿Veremos algún día ese día?

Hacia un diccionario libre

La Real Academia de la Lengua está, por muchos motivos, en una posición inmejorable para liderar este avance hacia un nuevo modelo de diccionario. Sin abandonar los mecanismos tradicionales, y con un coste muy bajo, podría reunir a un grupo interesado en experimentar en estas direcciones. Si el trabajo se hace bien, y las ideas de fondo no están equivocadas, en poco tiempo deberíamos comenzar a obtener resultados. Quizás un pequeño diccionario especializado en alguna materia, quizás una obra limitada a términos nuevos. Con el tiempo se podría definir mejor el proceso de desarrollo, depurando y completando las herramientas informáticas, afinando los mecanismos para permitir colaboraciones voluntarias y para identificar las más interesantes. Y abordando la tarea de lograr, con ayuda de muchos, un diccionario libre.

¿Se atreverá la Academia a moverse en esta dirección? Sólo el tiempo lo dirá. Pero si ellos no lo hacen, y en el más puro espíritu del software libre, quizás otro grupo en una posición no tan buena lo intente. Si lo logra, puede que dentro de unos años estemos preguntándonos para qué queremos una Real Academia de la Lengua.

Aclaración final

Sé que la RAE elabora muchas más obras que su Diccionario, y que sus funciones no son únicamente compilarlo. Pero mucho de lo dicho aquí es aplicable también a otras de sus producciones (por ejemplo, su corpus lingüístico del español, o su gramática). Y en cualquier caso, el DRAE es, sin duda, su obra más visible. Por ello este artículo se ha centrado en él.

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